sábado, 12 de diciembre de 2009

Nota necrológica

Al finalizar el año solemos hacer balance de lo bueno y de lo malo, como cantara el grupo popero-pastelero Mecano. A veces con plena consciencia y, otras muchas, de manera vacía y ritual como se lava las manos el obsesivo-compulsivo.
En este listado de personas y cosas que dejamos atrás, que perdimos para siempre, ha de encabezar mi lista de 2009, la debacle de Zero.
Hoy miro fijamente su última portada e intento comprender el drama de una voz a la fuerza silenciada. Drama para muchos y algarabía para otros, los rancios e hipócritas que ganan de nuevo la batalla, no sabemos si la guerra.
He escuchado de boca del director de Zero, Miguel Ángel López, y he leído de su puño los motivos oficiales de este cerrojazo. Pero no los creo. Al menos no a pies juntillas.
No pongo en duda que la crisis económica ha supuesto un auténtico quebradero de cabeza para el sostenimiento de esta publicación mensual. Pero ni de lejos creo que ése haya sido el único motivo que ha llevado a Zero al paredón. Daría mil razones o muchas más para explicarles cómo sobrevive una línea editorial en medio de fuerte oleaje y retiradas de anunciantes a mansalva. Les contaría algunas fórmulas para la supervivencia en casos extremos que no dudo se hayan puesto en práctica por los hombres y mujeres de esta empresa pero las omitiré para conducir mis letras hacia universos más provechosos.
Creo que Zero ha muerto de glamour. Obsérvese que mi diagnóstico es ése y no otros tales como altanería, prepotencia o egocentrismo. El glamour nada tiene que ver con estos últimos defectos que nacen del orgullo humano.
Glamour, como saben, es elegancia en estado puro y, la elegancia puede resultar incómoda y hay que eliminarla.
Zero cuidó al extremo su presentación, su maquetación y fotografía. Eligió cada tema con maestría asombrosa y puso el dedo en la llaga por medio de bocas y plumas de las más autorizadas. Cada columna rezumaba verdad y crítica constructiva, al menos la verdad que representa las posiciones del movimiento LGTB en España.
Aunar criterios fue una tarea durísima, como afirma su director en la despedida de este número, pero se consiguió.
Con Boris Izaguirre descubrimos infinitas formas de mirar al mundo, todas divertidísimas. Con Mendicuti fusionamos dos prototipos de homosexuales: el maricón del franquismo y el gay de la nueva era. Con Generelo vivenciamos nuestra primera vez y con Iceta nos hicimos legalistas para defender nuestros derechos... todo ello aderezado con un toque de elegancia y distinción.
Esa misma distinción que no supieron perdonar las voces disidentes, las mariquitas malas de ayer y de hoy (muchos de ellos peperos y reprimidísimos) que juntos acabaron con once años de creatividad en estado puro, elegancia y distinción.
Ya me decía mi madre desde infante que la envidia es la carrera del infierno. Imaginen sólo por un momento los odios juntos de la caspa del PP, la ira de los obispos y su cruzada y la rabia de las miles de mariquitas malas (lo son porque la vida los ha hecho así como a Jeanette) de esta piel de toro hoy menos rosa que nunca y... voilà las razones de la debacle de Zero.
Nunca contuvo tanto veneno un solo dardo. Los asaeteados se retiran ahora demostrando que nunca existió un lobby gay. A pesar de todo, como dice M. A. López en su necrológica, ya NUNCA PARTIREMOS DE ZERO.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Vuelta y disculpas

Sí, esto es la vuelta a mi Destierro lunar.
Durante algún tiempo (demasiado para algunos, siempre insuficiente para otros) me ausenté y dejé de compartir mis reflexiones con ustedes, mis amigos, mis enemigos, mis lectores... He estado aprendiendo del mundo, de las gentes con las que me he encontrado en el camino, de las sonrisas y las lágrimas vertidas estos meses. He reflexionado hasta donde el seso me ha permitido y he entendido que jamás debí ausentarme. Reconozco que sigo sin comprender el mundo pero que me tiene enamorado: su complejidad, su diversidad, sus luces y sombras todas subidas en lo alto de un carrusel que no cesa de dar vueltas a gran velocidad. Y entonces entendí que mi psicoterapia compartida me reconciliaba con aquello que me superaba. Que este libro abierto que palpita con la entraña del mundo, no ha dejar de escribirse. Que estas páginas en blanco las han de seguir llenando ustedes con sus opiniones, que son parte de su curación y de la mía.
Por eso y porque aprendo con cada letra que escojo en este encaje de bolillos rejuvenecedor del alma que es la escritura, les pido que me vuelvan a admitir en medio de su cotidianidad como siempre lo hicieron. Acepten mis disculpas y mi agradecimiento a los que me pidieron la vuelta desde antes de mi ausencia.
Vuelve... Destierro lunar.

lunes, 3 de agosto de 2009

Atentar contra el amor

Recuerdo la escena con nitidez. Acabábamos de llegar a la Gran Manzana la noche anterior y ésta era nuestra primera excursión. Mi marido tenía todo programado para volver a saludar la ciudad y sus más preciados encantos. La pasada ocasión se nos habían quedado muchas cosas en el tintero y ahora amanecíamos ante una nueva oportunidad para descubirlas. De entre ellas, disfrutar de una misa gospel en el norte de Manhattan. No voy a negar que estamos poco predispuestos a escuchar homolías en los días que corren pero el encanto que prometía el espectáculo acústico bien merecía la pena. Acudimos a una iglesia baptista cerca del medio día. Aquel fue un día de esos en los que jamás amanece y se convierten en un eterno atardecer a media luz. Hacía tanto frío y llovía tanto que los huesos pedían hospedaje como fuera, incluso dentro de una iglesia. Un maleducado portero de discoteca-evangélica trataba a la gente, que se apiñaba en la puerta mendigando la entrada, a patadas. No paraba de vociferar que no había posibilidad de entrar allí ese día si no se tenía reserva y que el respetable buscara otra iglesia para escuchar misa. Lo decía desde la altanería que en cualquier espectáculo asoma por la mente del que cuelga el cartel de "agotadas las localidades para hoy". Afortunadamente, mi precavido marido había hecho los deberes meses atrás reservando diez plazas dentro de aquella especie de anfiteatro decorado en pan de oro en el que aconteció lo que ahora les relato.
Accedimos a la iglesia casi a empujones y siguiendo una auténtica marea humana como si fuésemos un puñado de peces movidos todos por un mismo espasmo. Mis dedos de los pies estaban tan húmedos que ya no tenía sensibilidad en ellos. Tan solo una incómoda sensación de agotamiento y humedad que recorría toda mi armadura esquelética. Tomamos asiento donde nos indicó una organizadora, ésta ya más civilizada y cálida que el gorila de la puerta. Cuando hubimos recuperado el resuello, nos dispusimos a escuchar la misa dominical como buenos chicos.
Un perfecto orador tomó el micrófono para deleitarnos en otra lengua con impecables inflexiones de voz, excelente dicción, adecuados ritmos y tonos y un fondo no menos sorprendente. Una solista y un coro de gente negra hicieron nuestras delicias en lo musical. Tanto que las puntas de mis dedos, bajo las rudas botas de piel marrones oscurecidas por los restos de lluvia y nieve, volvieron a la vida y entraron en calor. Tanto que mi pobre cuerpo torturado por las inclemencias del tiempo casi empieza a levitar por encima de aquella especie de retablo situado detrás del altar new age.
El pastor nos agradeció la visita y comenzó una homilía que siempre recordaré, yo que no sé ni j de inglés. La idea principal versaba sobre la tolerancia hacia los homosexuales. No sólo sobre tolerancia sino del total respeto hacia todas las personas sin importar su condición sexual. Mi marido estaba estupefacto. Con el vello de punta por la emoción trataba de traducirme simultáneamente lo que allí se estaba diciendo, nunca leyendo. Un cura hablaba bien de la homosexualidad y, grosso modo, defendía a gays y lesbianas como hijos de Dios. Con vehemencia y grandes dosis de razón el discurso fue tan digno que todo el grupo decidió tomar la comunión siguiendo el propio rito de la confesión. Nadie rechazó la invitación de saludar a aquel Dios que se nos presentaba como padre amantísimo de todos nosotros. Nadie podía creer en aquel milagro, pero estaba ocurriendo en pleno corazón de Harlem. Aquel fue nuestro mejor regalo de navidad. Aún lo pienso y me encantaría ir cada domingo allí, cogido de la mano de mi marido, para recibir la bendición de un Dios ajeno a nuestro antiguo testamento y poco amigo de plagas y castigos a primogénitos. Al abandonar aquella Abyssinian Baptist Church todos fuimos conscientes de que otra realidad es posible y confirmamos que las religiones tienen que asumir el reto de aceptar en su seno a todos los hijos de un posible Dios que andará muy enfadado estos días por las fechorías de una mayoría intransigente y propagadora del odio. Esa mayoría ha protagonizado la noticia a golpe de esquela este fin de semana.
La comunidad homosexual está de luto desde la noche del sábado cuando en Tel Aviv fueron asesinados, a manos de un pistolero, dos jóvenes homosexuales. Al parecer todo ocurrió dentro de un club de reunión para jóvenes de esta condición sexual. Otras quince personas resultaron heridas, de las cuales seis aún continúan graves.
De nuevo el fundamentalismo religioso ha levantado la mano contra sus hermanos. De nuevo los ladrones de la "verdad" han despertado la ira de un dios que permanece impasible ante la injusticia y el asesinato de los buenos.
Sabemos que son muchos los que, creyendo poseer la revelación de lo alto, insultan y hieren a sus congéneres diferentes, como parece ocurrir dentro de las filas de determinados partidos ultraortodoxos donde se considera la homosexualidad como un pecado aberrante.
Es el perfecto caldo de cultivo para que, a la postre, un hombre entre en un pub encapuchado y con una pistola acabe con la vida de dos jóvenes en un santiamén. Este es el resultado de la permanente manipulación y la redirección hacia el odio y la homofobia que se profesa en algunos credos, como también ocrurre dentro de la propia cúpula del catolicistmo en la actualidad.
Afortunadamente en todos los lugares del mundo abundan las mentes cuerdas, lúcidas y amigas. Los rabinos de las corrientes más liberales del judaísmo ya han condenado este atentado contra el amor. A buen seguro aquel pastor de Harlem que nos conquistó con su labia lo habrá hecho este domingo. En Destierro lunar nos sumamos a la repulsa por estos atentados, indignados ante la sinrazón del que mata y peca doblemente por evitar el supuesto pecado de la homosexualidad.
"Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo". "No matarás" (Decálogo de los mandamientos).
"Dios ama a todos sus hijos sin importarle su condición sexual" (Rev. Dr. Calvin O. Butts, III, Pastor de un famoso templo de Harlem, 21 de diciembre de 2008).
"Dejad en paz a los homosexuales" (José Luis Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno español en el discurso ante el Congreso de los Diputados, 30 de junio de 2005).


miércoles, 29 de julio de 2009

Dos mundos juntos

Llegamos a Sant Carles de la Ràpita un tanto desorientados. No sabíamos exactamente qué papel habríamos de representar en aquel libreto escrito para la ocasión. Meses atrás habíamos conocido a Anna en Valencia durante la presentación de un documental sobre la convivencia de las familias homoparentales con hijos. Reconocí pronto su fisonomía, sus gestos y su voz. Era la madre-coraje con la que habíamos llorado la navidad pasada mientras brindábamos con champán rodeados de nuestros auténticos padres y madres; la madre-coraje que defendía la homosexualidad de su hijo a boca llena desde lo más profundo de España y de su convicción; la misma madre-coraje cómplice del universo rico, variado y único del hijo que le cogía devotamente de la mano para mostrarle todo su afecto durante unos minutos de grabación de aquel programa de televisión que hizo historia en nuestro salón.
Eso fue lo primero que supimos de la que sería nuestra otra familia. De repente, aquel personaje cotidiano, bañado en la humildad de su discurso en el momento de las presentaciones, pasaba a formar parte del mito. Era un nuevo referente sacado del anonimato y anunciaba la buena nueva de la normalización vivida en sus propias carnes. Sin saberlo, ella había conquistado la torre más alta de nuestro castillo.
Meses más tarde conocimos a su hijo. Anna dice que el destino nos tenía guardado ese encuentro. Sonrisa amplia, anchas espaldas, mirada pícara de un travieso niño grande que combate la injusticia con humor. Probablemente él estaba llamado a sentirse hermano nuestro desde el principio y nosotros a trasvasarle toda la experiencia atesorada durante estos años. Quizás un loco guionista de novelas surrealistas se había dedicado, en un tiempo impensable, a describir personajes y hacer el reparto de diálogos para que todo encajara correctamente. Aquella noche barcelonesa, preludio de una hermosa primavera, siempre la recordaremos como la noche en que conocimos a Andreu, el hijo valiente que salió del armario ante toda España cogido de la mano de su madre.
A la composición aún le faltaban pinceladas muy diestras para que acabase en obra de arte.
La (negada mil veces por mis labios) casualidad hizo que volviésemos a encontrarnos con Anna meses después. Orgullosos todos de vivir una condición sexual diferente desde la total normalidad, juntos en la misma causa reivindicativa, la manifestación del Orguyo Gay en Valencia posibilitó el volver a vernos. La iniciativa de invitarnos a su casa para las fiestas del pueblo hizo que saltara la chispa y se propiciara la amistad. Así fue como Anna convirtió, el pasado fin de semana, su localidad en una escuela de tolerancia y convivencia en la diversidad. Una preciosa adolescente, su hija, paseó blindada por muchos amigos de la causa una banda de honor en la que rezaba: "Associació de mares i pares de gais i lesbianes". Tal fue la habilidad de nuestra madre putativa que, más de una veintena de personas, nos vimos de repente en la presentación de una ofrenda en una iglesia y anunciados convenientemente por megafonía del mismo modo en que figuraba en la banda de nuestra musa adolescente. Anna y los suyos acababan de meter el mejor gol de la temporada y fuera de su campo.
Vicent es un atractivo hombre que ama la vida y eso se nota en cada uno de los surcos de su cara. Armonioso cuerpo de hombre entregado a la mar, bronceado cobre perenne y jovial alma plena de tesoros como los ocultos en los fondos marinos. Conocer a Vicent es toda una experiencia. Pudimos conversar con él de deporte, de baile, del sacrificio del trabajo y muchas cosas más desde la veteranía de su edad y el chisporreteo constante de sus ojos.
Ésta es nuestra nueva familia. No presenta deficiencias en valentía ni generosidad. Hospitalarios y excelentes anfitriones, mejores pedagogos fueron explicando a todo el pueblo, a través de su ejemplo, que es posible la unión de esos dos mundos, el heterosexual y el homosexual. O mejor aún, nuestra nueva familia nos recordó que jamás esos dos mundos debieron haberse separado. Como ellos mostraron ante el pueblo su unión en claro aval de sus ideas, así lo supieron entender los convecinos y así fuimos recibidos desde el máximo respeto y admiración.
Anna sigue preguntándose, como hacía en aquel documental de hace años, por qué no pueden convivir el mundo heterosexual y el homosexual unidos. Por qué tiene que haber gente que discrimine a Andreu o le impida ir cogido de la mano de su novio por la calle. Anna sigue haciéndose muchas preguntas. Pasará tiempo hasta que resuelva algunas. Otras no tienen explicación posible. En estos años desde que ella comenzó a cavilar ha visto que algunas no deben plantearse y que es mejor ignorarlas.
Y así pasará la vida plena de preguntas y respuestas, compartiendo entre todos nuestros miedos y esperanzas sabiendo que, una abuela moderna y experta en su tiempo, acunará a nuestro hijo mientras salimos de cena y echamos unas risas para frivolizar nuestros posibles dramas.
Siempre estaremos a vuestro lado para recordar, allí donde se produzca una mirada de desconfianza o miedo, que estos dos mundos nunca deben separarse.
Ahora, vuestra familia y la nuestra tampoco lo harán.

Dedicado a una madre-coraje y a toda su prole de héroes.
Dedicado a la gente de AMPGIL, ese ejército de la paz que, como Anna y los suyos, también nos ofrecieron su corazón estos días. Nos sentimos apadrinados y amadrinados por todos vosotros.
Gracias por ser la parte más hermosa de nuestros padres. Quizás la que nunca vimos en ellos.

martes, 28 de julio de 2009

Dos mundos juntos. Preámbulo

En unas horas leerán un nuevo artículo en Destierro lunar: "Dos mundos juntos".
En esta ocasión les contaré lo vivido durante este fin de semana en un pueblo de Tarragona, gracias a la labor de una madre-coraje llamada Anna.
Siempre la recordarán por una frase que la ha hecho célebre sin ella pretenderlo. Una frase que ha de cambiar la mentalidad de muchos y derribar la barrera de la intransigencia y el odio que aún se mantiene en pie... "¿por qué no pueden convivir estos dos mundos juntos, el homosexual y el heterosexual y hacerlo en paz?".
Para Anna y todos los amigos que nos han ayudado a seguir creyendo en la bondad del ser humano estos dos días, "Dos mundos juntos".
Permítanme que me tome unas horas más de descanso. La nostalgia de la partida no me hace posible escribir con la lucidez adecuada.
Gracias y hasta muy pronto.

jueves, 16 de julio de 2009

Digna, Dolores o Bernarda estrena prótesis para el alma

No recuerdo si en algún momento de la conversación me llegó a decir su nombre. Aquella señora se debería llamar Digna por su manera de mirar la vida; o Dolores por lo sufrido; o Bernarda por la entereza con la que ha encarado su historia.
Me crucé con ella hace unas horas en medio del pasillo de un ambulatorio. Desde ese momento no he parado de mirar en la pantalla de mi pensamiento los surcos de su piel y de admirar una especie de aura que la envolvía en la mística más cercana.
Digna tiene ochenta y cinco años y apenas se sostiene en pie. Arrancó hojas de muchos calendarios llorando amargamente. Entró a quirófano diecisiete veces por motivos distintos y algunos muy graves. Las cicatrices de la vida se debaten en duelo titánico con las del bisturí para tallar la figura maltrecha de una superviviente mil veces naufragada y reinventada. Reinventada en su casa, por ejemplo, al sufrir la muerte prematura de su esposo. Reinventada al salir cada día en busca de algo de pan, cuando empezaba a escribir su novela, en medio de un país con costra y hambre de pan y tiros.
Digna a los pies de una cama repintada de hospital esperando la recuperación de su hija que nunca llegó.
Digna porque sabe que hoy ingresará en aquel mismo lugar donde su hija murió.
Digna porque nunca peleó con su destino y lo asumió dócilmente.

Dolores llora desconsoladamente al recordar cómo fue todo. La vida fue cruel con ella y le quitó a dos de sus seres más importantes en los que piensa cada día antes de conciliar, por poco rato, el sueño. No tuvo bastante con asaetearla a dolores, calambres, espasmos de todo tipo, retortijones, bloqueos, lumbalgias, cervicalgias y más algias que la mortificaron siempre. La vida vino a ponerla a prueba con prótesis de casi cada articulación de su cuerpo. Aquellas heridas cicatrizaron pero no se conocen, hasta el momento, las prótesis para el alma.
Llora y paso mi mano (casi tan huesuda como la suya) por su hombro. "Ahí también hay una prótesis", me dice mientras lagrimea. Y entre gimoteos y pucheros sigue narrando su desdicha y su proeza (de la que no es muy consciente como buena heroína) al resistir los embates de un continuo fuerte oleaje. En estos momentos ya me parece un bebé que enternece y al que hay que mecer cantando una nana para serenarlo.

Bernarda no siempre es fuerte. Hoy casi no puede andar. Le fallan las rodillas, el corazón, le falla el brazo derecho y el izquierdo afecto por una trombosis añeja pero lo que nunca le falla es el recuerdo de los que vió marchar. Después de aquello su corazón se enfadó tanto que un cardiólogo lo bautizó como arrítmico y de apellido le puso Sintrón. Bernarda no quería vivir a partir de aquel momento, pero sintió después tantas veces ese mismo sentimiento, que ella misma se sorprende de lo soportado hasta hoy. Como en un juego maquiavélico, la fuerza de la misma naturaleza que la maltrataba, la mantenía viva en la partida. Y sola.
Bernarda vive sola en un pequeño piso de un modesto barrio de Valencia. Ella se cocina. Ella limpia su casa y ella va al supermercado. Me explica sus argucias para pedir al vecindario que le ayude a tirar la basura. Bernarda no es dependiente porque nunca sintió que lo fuera. Tantos han sido los zarpazos recibidos que ni tiempo tuvo para ir a su guarida a lamer las heridas. Siempre otro funeral y otro entierro. Cuando no era una fiebre era una nueva hernia y cuando no el hambre de los peores años de la dictadura. No obstante, nada la doblegó ante la vida. He ahí la fuerza de Bernarda.

Ha entrado antes que yo a la sala para ser vista por un médico. Después de un rato, una enfermera sube una silla de ruedas fría e impersonal como todas las sillas de ruedas. Esta no sabe a quién va a prestar servicio. Será en breve y, por poco tiempo, el trono de doña Bernarda.
Una puerta blanca mate se abre sin sonido (como ocurre inexplicablemente en algunos misterioros lugares ligados al sufrimiento humano). La enfermera se la lleva. Me mira sonriendo y exclama: "¡me llevan al hospital!" En el hospital todas las enfermedades posibles la conocen bien. A sus ochenta y cinco años Digna, Dolores o Bernarda es toda una veterana de guerra.
Imagino que al entrar por la puerta de urgencias le rinden honores los sanitarios. Imagino que las enfermedades se ponen enfermas al saber de su ingreso. Quiero imaginar que su marido e hija le esperan a los pies de una cama repintada y la invitan a caer en un sueño profundo y plácido y se marcha con la misma dignidad y fortaleza que vivió no teniendo ya que soportar ni un dolor más en ese alma santa en el anonimato.

Los sueños, a veces, se cumplen.
Hasta mañana Bernarda.

martes, 30 de junio de 2009

Mañana será "otro" día

Por fin llegó el día esperado. Esta noche será una de ésas en las que la mente haga contorsionar al cuerpo. Ésta será una de esas madrugadas mágicas que marcan la vida de una persona porque el espíritu ansía la total liberación del cuerpo.
Mañana empieza el principio del fin.
Mañana comienza a escribirse el último capítulo de un libro breve lleno de contrastes. Y mañana paladearé, quizás, el éxito que la vida me depare o el dolor de la derrota que nunca subestimé.
Tanto en el éxito como en el fracaso se conoce al amigo y al oponente. Esta andadura también ha esclarecido asuntos, roles, palabras, conductas, silencios y más palabras.
No me importa lo duro que fue el camino. Siempre tuve corazones sensibles latiendo con el mio. Siempre palabras de ánimo y aliento en los momentos de desencanto y parálisis. Por ello ya soy el hombre más afortunado del mundo.
De entre todas esas voces que me levantaron, la de M. tuvo una especial resonancia para mí.
Sin duda le deberá la sociedad a él, en gran parte, mi desempeño como maestro. Él ha hecho posible también este sueño. O. fue otra de las compañías inestimables. Tenté a los dos como el mismo diablo, mostré a ambos mil tesoros si adoraban mis miedos y nunca titubearon. Siempre creyeron en mí. Mi hermana siempre ha dormido al lado de mis sueños. Hizo de respiración asistida si alguna vez entré en cuadro agudo y me preparó para la vida.
Con E. me unió una sonrisa eterna de esas que vencen a la muerte. Siempre seremos los dos el profesor-alumno de esos veinticinco temas de la vida.
Una especial mención para los que os sentisteis atraídos por mi vocación de maestro. Gracias por aguantarme en clave didáctica y pedagógica en el día a día y gracias porque, a veces, también desfallecí delante de vuestros rostros y jamás los volvísteis para otro lado.
A todos aquellos que pusieron palos en esta rueda imparable, gracias. Me hicieron ser más fuerte a través de sus ataques. Me blindaron de paciencia y comprensión y me entrenaron para el mañana.
Sin Alicia y su inspiración el motor jamás se habría puesto en funcionamiento. Ha escrito tantas lecciones en la pizarra de mi alma que siempre estaré en deduda con ella.
Gracias al padre y la madre que siempre imaginé y gracias a los que son. Sin ellos nunca habría sido el hijo que soy ni el que ellos quizá imaginaron que sería.
Aún queda una madrugada mágica de por medio. Mañana será "otro" día.


A todos los que hicísteis motivos para recibirlas, mis más sinceras gracias.