viernes, 5 de diciembre de 2008

Los renglones torcidos de Dios en el catecismo

Por más que leo y releo la noticia no logro comprenderla. No llego a entender las auténticas razones de la Iglesia para oponerse a la propuesta que Francia llevará en breve ante la ONU para la despenalización universal de la homosexualidad. Analicen conmigo, si gustan, los argumentos del arzobispo Celestino Migliore en calidad de representante de la Santa Sede ante las Naciones Unidas.
Primero. "Una declaración política de ese tipo crearía nuevas e implacables discriminaciones."
Imagino que lo que pretende el Vaticano al ir en esta dirección es que no se discrimine a los heterosexuales. Si los homosexuales no fuésemos ya objeto de todo tipo de injurias, discriminación y diana de mil dardos envenenados, entonces cabría la posibilidad de que los heterosexuales pasasen a ser el grupo demodé o puesto en tela de juicio. ¿Se creen este absurdo? El mundo y la sociedad nunca cambiarán el orden natural de las cosas en el cual los sujetos homosexuales cabemos como minoría seleccionada por la naturaleza en muchas y muy diversas especies. Dar un giro radical a los acontecimientos y a la historia no es una pretensión del colectivo homosexual y nunca lo ha sido. Sólo se pretende devolver la dignidad a un colectivo maltratado históricamente. A parte de disparatado, este argumento rebosa veneno para confundir al personal.
Segundo. "Pondría en la picota a los países que no consideran matrimonio las uniones homosexuales." Y eso ¿qué tiene de malo? Ya va siendo hora de que se aplique una igualdad absoluta en todos los aspectos. El matrimonio debe dejar de ser patrimonio exclusivo de los heterosexuales. Ninguna iglesia se puede adueñar de nombres ni etimologías. Hasta la fecha la manera más rotunda de definir una unión duradera y fiel entre dos personas es ésa. Los homosexuales, iguales en dignidad, exigimos igualdad en los nombres. En todo caso es discriminatorio lo contrario. Establecer categorías diferentes siempre acaba creando relaciones de subordinación y comparativas penosas. Lo repitió hasta la saciedad nuestro Gobierno, se trata de ampliar derechos no de limitarlos a nadie.
Tercero. "Si se aprobara, esos países serían presionados." Pero ¿qué importa a la Iglesia que miles de homosexuales en todo el mundo sean despellejados en las plazas públicas de pueblos y ciudades? Lo prioritario es que los Estados no sean "presionados" para que aprueben leyes y normas justas de convivencia. Esto se califica por sí mismo. Antología del disparate en estado puro.
Cuarto. "La declaración pedirá a los Estados y a los organismos internacionales de control de los derechos humanos que añadan nuevas categorías (de personas) protegidas..."
No. Permítanme aclarar este apartado. Lo que se solicita no es la creación de nuevas categorías de personas. Se exige que se respete la orientación sexual de TODAS las personas. No hace falta crear una nueva categoría, como sucede con el conflicto del término matrimonio. Tampoco en este apartado se trata de seleccionar o apartar; es más sencillo. Todos somos seres humanos con una sexualidad diferente. Los Estados nunca volverán a promover discriminación o injusticia contra los individuos con una u otra tendencia. Los Estados pasan a ser garantes del bienestar de los ciudadanos, sin exclusión alguna. Ése es nuestro sueño.
Sabemos que en noventa y un países del mundo se establecen multas, toruras o ejecuciones contra los homosexuales.
La posición formal de la Iglesia Católica en este aspecto también es de sobra conocida. El mismo representante ante la ONU volvió a parafrasear el catecismo de nuevo: "la Iglesia es partidaria, desde hace mucho tiempo, de evitar toda marca de injusta discriminación contra las personas homosexuales."
Indignante. Increíble. Incalificable. La visita de la cúpula de la Iglesia a su psiquiatra de cabecera (siempre por producirse) acabaría de un plumazo con este galimatías de mal gusto: doble personalidad. Sostener una cosa y la contraria a la vez, en el mismo renglón, responde a un patrón de múltiples personalidades en el emisor. Para el receptor se prescriben dosis inconmensurables de panciencia como las del santo Job y algún antiácido para no perder el estómago en el camino.
La bandera anti gay que empuña el Vaticano en pleno siglo XXI nos hace reflexionar sobre la salud mental de los representantes de Dios en la Tierra. Algún día muchos lo pasarán mal cuando se enfrenten a la ITV de sus conciencias. Bueno, no tan mal. Siempre se puede alegar el atenuante de locura transitoria, aunque ésta ya dure algunos siglos.
Hasta el lunes colectivo vilipendiado. Hasta el lunes renglones torcidos de Dios. Hasta el lunes vilipendiado J.

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