El país del yogur y de la democracia, ese mismo al que siempre miran los homosexuales idílicamente para explicar cómo sus antepasados consiguieron días de perfecta conviviencia y tolerancia entre toda condición sexual, se halla sumido en una de las mayores crisis de sus últimos años de historia.
Miles de manifestantes han tomado las calles armados con adoquines, bates y cócteles Molotov en muestra de su monumental enfado debido a diferentes causas. La crisis económica mundial ha sido la enésima puñalada que recibe a estas horas una sociedad rota y defraudada por la clase política. Pero el embrión de la desgracia comenzó a gestarse hace unos años, en el momento en que Grecia se sube al carro del euro. La vida se encarece tanto y los sueldos se petrifican del tal modo que la tensión social va en aumento. Desciende de manera notable el consumo y cae en picado la capacidad adquisitiva de las clases medias. Para entenderlo mejor, hoy se habla en Grecia de toda una generación ahogada sin posibilidad alguna fuera de la mera supervivencia: la generación de los setecientos euros. Muchos de esos vándalos que queman escaparates de tiendas, coches y contenedores estos días son muchachos jóvenes sin trabajo. El paro en Grecia llega a alcanzar unos niveles tan alarmantes como merecedores del primer puesto en el ranking europeo.
Luego tenemos lo de los políticos, esa especie aparte que parasita (en ocasiones) viviendo de la ciudadanía pero de espaldas a ella. Y eso es precisamente lo que ha pasado en Grecia. El descontento es tanto y tan profundo que ha bastado un sólo grito de guerra para que la manada se una sin dilación presta a tomar la calle y asumir el control ahora a la deriva. Las bases de la educación también pincharon hace años. Los jóvenes que se expresan vienen sin encontrar su sitio en las aulas desde hace ya un tiempo. Su lenguaje no puede ser otro que el del empujón y el grito, por cierto el mismo con el que han sido tratados ellos.
El Gobierno de derechas se defiende. No da muchas explicaciones y las que da no convencen de la ubicación exacta de los dineros inyectados para resucitar al muerto bancario. Las pensiones de los que tiraron del país a sus espaldas están en grave peligro y mañana Grecia amanece en Huelga General.
Regresemos a casa por un momento. La educación aquí es uno de los fracasos rotundos de nuestro período democrático. La clase media española resiste mal, muy mal los envites de la crisis mundial. Se suma el drama derivado del paletismo ladrillil recién explotado. Una juventud desilusionada y que abandona prematuramente su formación para llevarse a los bolsillos mil miserables euros al mes y una fauna política en busca de mejor calificativo. Mi madre, pesimista ella por naturaleza, dice que a esto le ve muy mala cara. España está en la ruina dice ella con su gramática parda. Mañana le contaré que hoy me he enterado de que estamos justo a trescientos euros de distancia de la ruina. ¡Qué miedo, sólo trescientos euros nos separan del caos! Mi madre meneará la cabeza y, en breve, se saldrá con la suya. Nuestro orden social ahora sabemos que tiene un valor de trescientos euros. Es el precio que se ha puesto a la nueva savia que había de regenerar Europa. Hasta aquí nuestra última clase de economía aplicada. Próximamente más.
Hasta mañana hermanos de la pobreza. Hasta mañana gobiernos en evidencia. Hasta mañana país en aparente calma. Hasta mañana J.
martes, 9 de diciembre de 2008
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