Al atravesar el umbral de su puerta supimos de inmediato que estábamos en un templo de la creatividad detenido en el pasado. Antes, las persignaciones sin quitarse el sombrero. Luego el embelesamiento con la obra pues nunca nadie dio más por unas calabazas como aquel plagio de cantautor manchego, maestro de colores y formas a punto de quedarse huérfanas. Lustros de trabajo manual acompañado de interminable monólogo interno. Observancia del mundo a través de una vidriera de múltiples cristales de distinta graduación. Babel de obsesiones teñidas de pigmentos y reconciliadas eternamente con gubias y aperos desgastados de sabio artesano. Estanterías repletas de anhelos y pesares mientras la mano mueve la mente y ara surcos transitados tantas veces. Guarida mágica convertida en altar donde adorar a dioses generosos que procuraron pan duro y maná caducado a veces. Biblioteca de pragmatismo silencioso y colorista de un loco tentado por la cordura del silencio. Historias escritas en el lenguaje de las golondrinas de este verano.
Desarraigado del ruido que escribió donde yo leí y ahora os cuento los misterios de su alquimia:
un candelabro calabacero... el nacimiento del primer hijo;
aquella lamparita de noche calabacina... una depresión de otoño;
esos pendientes rojos calabazotes... una oportunidad para subir la venta;
esa palmatoria triste calabazona... la alegría de una sonrisa inocente;
un collar de los domingos calabacín... la elegancia de aquella cena;
sonora pulsera mate calabaza... brillo de ojos que le esperan.
El taller de las calabazas exite. Yo supe de sus historias en medio de una siesta bruja de domingo en lunes y por eso os las cuento.
Dedicado a Amador por sus pausadas palabras en aquel mediodía en Frigiliana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario