Desde que lo escuché por vez primera de labios de una de esas mujeres maduras que rebosan vida e inteligencia, me apropié del dicho popular: el sentido común es el menos común de todos los sentidos. El mal funcionamiento de esta brújula interna o medidor de la realidad circundante provoca consecuencias nefastas en la persona aquejada de tal mal: brotes de infelicidad, desorientación vital, desconfianza paranoica, angustia crónica, malos pensamientos reiterativos, agresividad con el de al lado y, el peor de todos los síntomas, miedo ante la vida.
No se conoce muy bien el momento ni las circunstancias precisas en las cuales se echa a perder este preciosísimo atributo de que nos dota la madre naturaleza. Un día, contaminado ya por el virus más extendido sobre la faz de la Tierra, el miedo y la inseguridad anida en el alma humana y todo se va al traste. El virus es tan letal que, personas de gran renombre y consideración antaño en sus campos de estudio y trabajo, quedan invalidados a merced del medio, como granos de paja llevados por el viento, convirtiéndose en imbéciles que no dan una. Donde había genialidad y frescura habita ahora la mediocridad y el miedo, siempre el miedo, aunque a menudo camuflado de otras formas dulcificadas en apariencia.
Dicen los entendidos que la razón perdida vuelve a su cauce razonando como el motor vuelve a hacer girar las ruedas al engrasarlo.
A dirario encuentro decenas de personas que hace tiempo perdieron su capacidad de pensar con sentido común. Desde el panadero de la esquina al médico de cabecera, pasando por el presentador de las noticias o el articulista del periódico: este mal no respeta clases sociales, culturas, razas ni sexos. Suele ser síntoma inequívoco del trastorno una mirada perdida y triste, una tez pálida que anuncia el miedo y una voz pobre y corta que reclama oxígeno entre palabras.
Yo mismo he perdido no pocas veces el sentido común. Muchas de ellas dejándome arrastrar por la seducción venenosa de otras palabras a la deriva. Cada día tengo infinitas oportunidades de perderme en la locura de mis propios versos maltrechos. Regresarán mañana apenas despierte y me reconocerán débil cuando esté consciente. Traerán con ellos la maldición de un nuevo infierno ya viejo. Luego vuelvo al cauce saludable cuando alguien desde fuera grita fuerte: ¡J, te pierdo!, ¡vuelve!, ¡te necesito! Cae entonces la máscara. Salta el brillo a las mejillas. La sangre se torna roja y pierde el azulado vampiresco de la muerte. El placer preña de nuevo a la vida y ambos yacen juntos al caer la noche. Vuelve a resonar en mis adentros la melodía alegre que recuerda que salimos del invierno y ya viene una nueva primavera. ¡Lástima de tantos hombres, muejeres y niños que no la verán! Están vivos mas sus ojos secos y empañados por la niebla les impiden ver la luz de ahí fuera.
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Y sólo quedan dos días para volver a Nueva York.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
Aprendiendo a perder el miedo...
El sentido común se entiende por la “capacidad de juzgar razonablemente las cosas”. Y ahí entran en juego dos factores: el juicio y la razón. El juicio o capacidad de juzgar se presupone por lo que lo que realmente determina la aplicación del sentido común es la razón, la capacidad de pensar racionalmente. Lamentablemente, todos lo hemos sufrido alguna vez, la razón es frágil porque se ve mediatizada por los sentimientos, las emociones, por nuestra “diferencia” sobre otros seres irracionales. Y por desgracia a algunas personas los sentimientos y las emociones (entre ellas el miedo) nos desbordan, nos separan de la racionalidad y de las actuaciones con sentido común. A veces me planteo que eso no es bueno y otras pienso que sentir con esa intensidad es una suerte aunque a veces nos separe de la racionalidad. Lo que he pensado mas de una vez es que algunas personas que no tienen sentido común, no es porque lo hayan perdido, simplemente no lo conocen.
Así que perdamos el miedo....... que solo queda un día.............
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