martes, 13 de enero de 2009

Deja de preocuparte y goza de la vida

Hace mucho, mucho tiempo me introduje en la literatura de autoayuda por motivos que no vienen al caso. Uno de los primeros libros que leí era ya por aquel entonces todo un clásico en el género y me fue recomendado por un familiar que aseguraba que le había cambiado la vida. Claro, nunca me especificó si para mejor o para peor. El autor de la obra era un tal Dale Carnegie, precursor de todo lo que habría de venir después para que la especie humana ganara en calidad de vida (dejar de fumar, tener amigos, saber comunicarse, conseguir trabajo digno...) sin sentir a cada momento que pierde la chaveta en el intento. Otro día contaré el engañabobos que hay detrás del sucio negocio de la llamada literatura de autoayuda y los turbios intereses que descubrí detrás de él al hacer algunas indagaciones.
El caso es que el gurú este del Carnegie llegó a mis manos siendo yo un adolescente a modo de panfleto titulado: "Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida". Hasta aquí todo bastante lógico si tenemos en cuenta que el título del libro se adaptaba a su público objeto como guante de látex a mano de ladrón. Lo que sucede es que estos días estoy leyendo en la prensa la historia para no dormir de unos autobuses que recorren las ciudades pregonando la fe católica y otros el ateísmo y eso ha reavivado mis recuerdos de aquellos primeros pasos caminando sobre ascuas pseudopsicológicas. El lema de los autobuses que han empezado a recorrer las calles de Barcelona es bien parecido al título Carnegieniano: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida". Si esto no es un plagio en toda regla que venga Dios (perdón por la redundancia) y lo vea.
La segunda frase facilona encierra en sí misma la imposibilidad del próposito que enuncia. Nadie o casi nadie sobre la faz del planeta es capaz de dejar de preocuparse por mucho tiempo. De lo cual se deriva que nadie o casi nadie en este planeta es capaz de disfrutar por grandes períodos de tiempo del espectáculo de la vida. De aquí que hablemos de la siguiente ley universal: mente y pensamientos preocupantes son un binomio completamente inseparable. Parece que ambos se necesitan mutuamente para sobrevivir y dar sentido a esa existencia. Para ayudarnos a serenar los pensamientos y, de vez en cuando el sueño que nos quitan los peores, aparecieron las religiones y las psicologías. Las primeras han fracasado rotundamente en ese propósito derivando en sectas lucrativas las más de las veces. Las segundas, las psicologías, aún están en mantillas. Desde papá Freud sólo han pasado unos segundos en el reloj del pensamiento y, aunque creemos haber superado sus fórmulas, no sabemos ni tan siquiera cómo plantear nuevos enunciados.
Creo que la guerra de los autobuses es una tontería. No conozco a nadie de mi entorno al que un lema de un autobús le vaya a cambiar un ápice su postura ante la vida o la muerte. Ninguno de mis amigos ha bebido del libro de las respuestas en la carrocería de un autobús pero muchos lo han hecho sentados en una de sus incómodas plazas aguantando un libro entre sus manos y el traqueteo entre frenazos y arrancones bruscos.
Yo preferiría una campaña de publicidad en los autobuses de mi ciudad en la que se nos invitara a leer. Leer y digerir lo leído. Recuerdo haber visto esos anuncios en algunas ocasiones en mi línea habitual de autobuses. O sea, que todo va bien. Si tenemos a alguien al otro lado que vela por nuestras horas de lectura ¿a quién le importa si Dios existe? Lo importante es que el Estado esté preparado para abrir el paraguas ante un chaparrón. Me preocupa mucho más qué lee el Estado y los que nos rigen. De ellos dependen nuestros destinos en gran parte y nuestras vidas penden del hilo de sus ideas para gobernar. Mi psicólogo dice que todo no lo podemos controlar. Se me olvidaba. No sé si tendrá mucho que ver mis primeros pasos en el conocimiento de la mente de la mano de Carnegie o Louise L. Hay pero hace ya tiempo me pasé al psicólogo de barrio con menos glamour y abandoné la línea autodidacta y de la autoayuda. También ahí buscaba controlarlo todo. Ahora prefiero que otro tenga la responsabilidad de equivocarse o de acertar. Se trata de aprender a delegar.
¡Os dejo que pierdo el autobús!
Hasta mañana compañeros anónimos de viaje por la ciudad. Hasta mañana amigos y enemigos de un Dios que no os necesita. Hasta mañana J.

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