Hace dos semanas convencí a un amigo para que me acompañara a la peluquería, ese lugar en el que practican la alquimia y a uno le convierten en oro de cuello para arriba.
Aprovechamos la salida e hicimos unas compras en un centro comercial y allí me cortaron el pelo, o me hicieron un desgraciado, según se mire. Conocí a una mujer joven y dicharachera (cualidad imprescindible para el oficio de cortapelos) que se enredó tanto en sus disquisiciones acerca de la máquina de aceleración de partículas y los orígenes del universo, mientras empuñaba la tijera, que salí de allí con una decena de trasquilones y la promesa de no volver a aquel lugar si no era para conversar, en medio de un café, con aquella amante de la ciencia-ficción.
He esperado dos semanas a tener algo de cabello (así reza en las cápsulas que he tomado para acelerar su crecimiento) e intentar arreglar el desaguisado consultando con mi peluquera de referencia. Nada hay que ella no pueda enmendar, ningún roto que se le resista para ser zurcido por sus hábiles manos. Y ninguna paz es mayor que la de reencontrarse uno con su imagen habitual frente al espejo, sin grandes virtudes pero carente de destacables defectos, que es de lo que se trata. He vuelto a sus brazos hoy, a los de mi estilista de barrio y ella me ha mirado al entrar y se ha sonreído. Sabía que le había sido infiel. Sabía que había sido débil al correr a otros brazos o a otras manos y que ahora buscaba su consuelo para recobrar mi imagen. Sin rechistar, sin desaire ni un ápice de reproche en sus labios, ha cogido la tijera y cargada de comprensión y oficio me ha devuelto a la vida. Parecerá absurdo el comentario pero no tiene ni un pelo de exagerado. Al perder nuestros signos de identidad o al minimizarlos, nos sentimos sin rumbo y sin esencia. Muchas veces lo accidental, por cotidiano, pasa a formar parte del universo de lo sustancial. Eso le ocurre a mi cabello.
La reconciliación no ha podido ir mejor. No voy a dar hilo a la cometa de mi narración en este sentido, siento decepcionar a tanto morboso como hay por la vida.
Dentro de la peluquería he asistido a una conversación entre la dueña y una clienta. Ambas se quejaban del trato que propinan a la gente ciertos colegios concertados religiosos de Valencia, no aceptando algunos expedientes y siendo demasiado estrictos con las normas de admisión. En medio de la conversación aparecí yo con mis quejas habituales hacia la gestión de estos centros financiados con el dinero de todos los contribuyentes. Sabía de antemano que la propietaria de la peluquería era "de la obra" como ella misma no paraba de repetir y que la clienta era religiosa de las de golpe en el pecho, por pistas que ella misma había dado.
No me pregunten cómo pero de repente la clienta me estaba diciendo que a ella eso del matrimonio homosexual le parecía fatal porque no entendía que se llamase así. Cuál fue su sorpresa cuando me pregunta a mí sobre ese asunto y le respondo que estoy casado con un hombre. "Pero...¿casado, casado?", me pregunta la señora. "Casado, casado", le contesto yo.
La conversación ha mantenido desde el principio la elegancia dialéctica que enseñan en los colegios de pago. Tanto la dueña del negocio como su clienta habían sido educadas entre algodones. Yo también. Hemos hablado de órdenes religiosas, del Papa, de la tolerancia de la Iglesia, de los valores, de los cambios sociales y de "la obra" sin faltar a nuestro compromiso de ser educados. Entre dolor y rabia la clienta nos confiesa que tiene un hermano homosexual. La conversación da un giro inesperado. Un hermano que se casó con una mujer y que hoy tiene descendencia. Un hermano, dice ella, que siempre ha sido desdichado por ocultar una realidad que tan sólo compartió con ella.
Entonces tengo el combate dialéctico ganado. Lo tenía desde el principio, pues me asistía el sentido común. Tengo que dosificar mis fuerzas y mis formas se han de suavizar aún más fuera de toda vehemencia. Estoy delante de una víctima de un sistema hipócrita y corrompido que escribió parte de la historia de miles de familias en nuestro país. La comprensión y la humanidad apuntalan ahora las palabras que escojo. La clienta me mira y se lanza a besarme. La dueña del local admite que ella está a mi lado y que le haría muchísima ilusión que le presentara a mi marido y, algún día, a un futuro hijo nuestro. Mi peluquera observa la escena y apunta: "Desde el primer día supe que eras un tío majo. Me alegro mucho de haberte conocido".
La clienta me da un último abrazo quizá fundiéndose con su propio hermano y me dice aquello que siempre quiso decirle a él con un gran nudo en la garganta: "Hoy he entendido mejor que nunca a mi hermano, su vida promiscua e infeliz. Quizás hoy deje de juzgarlo y empiece a reconocerle como una víctima más de aquella moral dañina que se enseñaba en nuestros colegios".
Antes de marcharse añadió: "Vive tu vida y cógele la mano a él (a tu marido, traduzco) y sed muy felices los dos ahora que podéis".
Tenía que pasar por el supermercado a hacer unas compras. Entenderán que no he podido hacerlo después de la escena que la vida me tenía reservada esta mañana.
Entenderán que dedique estas palabras a todos aquellos que se vieron obligados a vivir una vida que no era la que querían. Lo entenderán. Y de ese entendimiento nacerá la lucha para erradicar la injusticia y dejar de sacrificar vidas inocentes por un sistema repugnante que causó las lágrimas que hemos llorado esta mañana.
3 comentarios:
Has tenido una mañana de lo más interesante, y hay que ver lo bueno que es dar la cara, la gente acaba apoyándonos.
Ya me dirás cuál es la peluqueria, soy curiosa, y como vivimos en el mismo barrio..
Amparo
Primero y yendo a lo formal, un texto impecable que engancha desde el principio.
Respecto al fondo ojalá estuvieras en muchas más de estas conversaciones de las que soy consciente que dejas huella cambiando puntos de vista en la gente.
Mejor que cambiando puntos de vista actúas descubriendo ese sentido común que a veces la gente por si misma no descubre.
Transmites hasta cortándote (o arreglándote,ya me contarás el estropicio) el pelo.
Te admiro, te respeto, y te quiero.
Sigue asombrándome lo especial que eres.
Gracias
Como bien te dijo la peluquera esa mañana..."Desde el primer día supe que eras un tío majo. Me alegro mucho de haberte conocido"....
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