Le debemos al cineasta norteamericano Woody Allen el éxito de haber acercado al gran público la figura del psicoterapeuta. Muchos de sus personajes reflejan sus aparatosas neurosis postrados en un diván. Pero Allen se ríe a menudo de esa clase médica enredada en sus propios tecnicismos y lejana a toda realidad en la vida de sus pacientes. Critica duramente las terapias interminables (inspiradas en el psicoanálisis tradicional) que sondean y sondean el pasado del hombre a su vez impotente por no alcanzar nunca la ínsula prometida: la felicidad.
De todas formas todo este universo de guiones y fotogramas ha contribuído, entre risas y llantos, a acercarnos a esa figura del responsable de nuestra salud mental.
En EEUU sigue siendo un signo de cierta distinción acudir a la consulta del psiquiatra una vez a la semana, como quien acude a hacerse la manicura o a la peluquería a arreglarse las puntas.
En Europa las cosas difieren bastante de aquella realidad. Los "loqueros" no terminan de estar bien vistos en nuestra sociedad, acostumbrada durante largos siglos a apañárselas con el cura, el boticario o el alcalde. A la perpetuación de estos prejuicios contribuyen dos elementos: el desconocimiento y miedo que el pueblo de a pie sigue teniendo ante la enfermedad mental y, la frivolidad con la que afrontamos el diagnóstico del trastorno mental en nuestro medio.
De otra parte tenemos el propio desprestigio de la profesión por parte de sus especialistas, incapaces no pocos de distinguir entre un síndrome ansioso-depresivo y una psicosis severa. Atentos muchos al bolsillo, se tornan especialistas en estirar terapias ad eternum.
Mi psicólogo forma parte ya de mi vida más íntima. Ha entrado en mi al despojar mi alma de sus miedos, al prender fuego a las voces que nos envenenan. Desde su caluroso afecto me ha hecho conocer la paz. No me ha ganado por el camino de los tecnicismos, ni de las escuelas en boga, ni las tendencias cognitivas de las que se habla en los programas de Punset. No. Me ha abierto su mano trascendiendo su credo, su sexualidad y su condición de vulnerable para regalarme sus terrores y los antídotos que ha patentado en su laboratorio: la vida.
Es maestro de buenas escuchas y transmisor de secretos en sus silencios.
Tropieza a menudo, como yo. Lucha contra las voces odiosas que nos acosan por ser hombres y mujeres y tener cara, y brazos, y ojos y orejas.
Elector del amor y tirano con el miedo. Padre putativo de almas en pena, como la suya, como la nuestra.
Aprendiz de monjas y maricones, de políticos y poetas. Generoso contador de cuentos terapéuticos con finales a veces felices. Acróbata en medio de mis sueños.
Y en medio de mi ser, él. Y a través de mis locuras, mis demonios y temblores he llegado hasta él.
"Le doy un año más a mi psiquiatra y si no me voy a Lourdes".
Protagonista de Annie Hall. Woody Allen, 1977.
"No tengo ni idea del tiempo que durará más mi terapia. Tampoco me preocupa controlar ese aspecto. Quizás éste sea otro síntoma de que me estoy curando".
Protagonista de Destierro lunar. J, 2009
Hasta mañana O. Hasta mañana J.
miércoles, 4 de febrero de 2009
Ad eternum
Etiquetas:
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