La gente en la calle no para de comentar la noticia. Un famoso diario gratuíto abría hoy en su primera página con el apocalíptico mensaje: "YA ESTÁ AQUÍ".
El miedo se ha filtrado por nuestros poros y ha invadido nuestras entrañas. Todas las alertas se han encendido provocando rápidamente la estampida de la población acá y allá, donde existe el mounstruo bicéfalo y donde nunca lo han visto. Pero los lanzadores de mensajes, esos que influyen sobre la "opinión pública", los mismos que imponen el ritmo global con sus timbales, ya han dado su veredicto y hay que estar terriblemente asustados. Lo que viene después ya lo conocemos. Nadie se atreve a probar un bocado de carne de cerdo y las farmacias de medio país se han quedado sin existencias de retrovirales y mascarillas. Así de triste, así de fácil resulta manipularnos a todos, aún sin pretenderlo a veces.
Internet vuelve a erigirse, en medio de todo este monumento al cuchicheo, como la brújula de una sociedad desorientada, como el oráculo en el que consultar los temores y dar respuesta a nuestra zozobra. Entonces se encienden las antorchas y titila la luz del entendimiento y la red se convierte en tela de araña donde quedan atrapados muchos hombres llamados juiciosos en otras circunstancias. Esperarán allí paralizados por el veneno de su propio miedo, hasta que salga el arácnido de su madriguera presto a dar la dentellada. La leyenda urbana está servida y el sufrimiento inútil es el sacrificio de esta fe ciega.
Conoceremos en un tiempo la magnitud de los daños causados por la gripe porcina. Dentro de unos meses, probablemente, la comunidad científica habrá resuelto el rompecabezas genético de este virus, dando así con la ansiada vacuna. Atrás quedarán campos cubiertos de cadáveres imaginarios y ciudades deshabitadas por familias que huyeron a trincheras bajo tierra. Atrás quedarán las miles de letras vertidas sobre papel manchado de especulaciones, mentiras, desastres futuribles e hipótesis más o menos contrastables en aquel momento. Atrás, la mancha de petróleo cibernético en el mar de la red con millones de escritos sobre esta gripe nueva que ya será vieja: cuentos, fábulas, leyendas, novelas de aventuras, de ciencia-ficción, relatos de intriga, anecdotarios, reportajes, artículos de opinión, cartas al director, debates, informes pseudocientíficos, conferencias... pero no hemos de olvidar que todo ese universo de palabras entretejió el tupido lienzo del bulo y la leyenda urbana. Ésa que tanto utilizaron padres, maestros y curas para educarnos a través del miedo y no de la verdad. La misma que alimentó al coco más descocado de nuestras cabezas y al hombre de un saco cuyo fondo nadie conoció jamás. Ésa que, lamentablemente, nos convierte en seres manipulables dispuestos a cometer las mayores atrocidades por la última mascarilla o dosis de retrovirales que sólo serán precisas en la pesadilla de nuestras cabezas.
Mientras tanto, alguien debe estar mirando todo esto desde ahí fuera y debe estar pasándoselo muy bien. Sus planes se están cumpliendo paso a paso. ¿ O no?
Si algo sabemos con certeza a estas horas es que a la sociedad le encanta fabular y proyectar terribles escenas imaginarias sobre las generaciones futuras. Cuando el cine se sale de la pantalla y se nos alborota la lengua con guiones increíbles y escenas calamitosas, es momento de aplicar una dosis de recuerdo contra ese mal tan extendido (pandémico en toda regla) al que llaman bulo. No sé si lo han escuchado pero las primeras cuarenta y ocho horas son especialmente importantes para la efectividad de la vacuna, fuera de este periodo, la muerte está casi asegurada.