jueves, 2 de abril de 2009

Un jesuita, una alcaldesa y los pecados capitales

El Vaticano nos explicó hace unas semanas que hombres y mujeres pecamos de maneras diferentes. Un jesuita de noventa y cinco años ha profundizado, como sólo hacen los jesuitas, en esta escabrosa cuestión llegando a la conclusión tras mucho observar a pecadores/as (¡menudo morbo!) de que los varones se dejan arrastrar antes por la lujuria, la gula y la pereza y las féminas sienten debilidad por la soberbia, la envidia y la ira.
Cuando leí la noticia me quedé sorprendido por el contenido del estudio e incluso me permití mofarme de la Iglesia y sus pérdidas de tiempo en cosas como estas. Hoy me percato de lo precipitado de aquellas impresiones y me retracto públicamente de ellas. Verán porqué.
Setenta años después de que Francisco Franco fuera nombrado alcalde honorífico de la ciudad de Valencia se le ocurre al PSOE valenciano presentar una moción a la alcaldesa para la retirada del título a tan ilustre (entre los torturadores) personaje. La finalidad de este grupo en la oposición desde hace ni se sabe el tiempo era subsanar esa "anomalía democrática" y respetar el artículo 15 de la Ley de Memoria Histórica que obliga a los ayuntamientos a retirar las menciones conmemorativas o de exaltación de la sublevación millitar, la guerra civil y la dictadura.
Imagínense la escena que vino a continuación. La alcaldesa más fallera y petarda de toda la historia de esta ciudad, ataviada de su inseparable uniforme colorado y collar de perlas, con ademanes impropios de exalumna de colegio de monjas, agarró el micrófono y cortó de raíz el debate, tapando la boca al edil socialista al esgrimir que ella había sido puesta por el pueblo en el sillón de la alcaldía desde hacía muchos años y su interlocutor no tenía ese honor. De tal modo que el pobre socialista, muy contrariado él por la espantada de su alcaldesa, no tuvo más remedio que amenazar con ir a los tribunales si este santo ayuntamiento no cumple la ley.
Este capítulo que les cuento ahora habría pasado por mi cabeza sin pena ni gloria, sin darle la menor trascendencia a sabiendas desde el principio de que Barberá deberá cumplir la ley sea o no de su agrado. Pero gracias a las sesudas conclusiones de un jesuita y a sus noches en vela en algún recóndito laboratorio observando conductas pecaminosas y casando estadísticas, me he dado cuenta de algo que antes no sabía: Barberá, como buena mujer, peca de soberbia.
Alguien debería explicarle a esta señora (animal político dicen algunos) que el pueblo delega confianza en sus representantes para que ésta sea bien gestionada. Con el paso del tiempo el PP se ha apoltronado en Valencia y hemos podido ver cómo engordaban los culos de algunos que ahora se crecen ante la adversidad pero esa racha de buena suerte puede cambiar en cuestión de segundos. Menos mal que para cuando llegue ese momento a Barberá la habrán absuelto varias veces de todos sus pecados sus amigos los obispos, esos con los que comparte inquina contra Zapatero.
De hoy me llevo dos conclusiones para mi colección particular: nunca subestimes al pueblo ni tampoco a un jesuita. Ambos saben cosas de tu persona que quizá tú desconozcas.

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