Hace unos años el ecologismo era una de esas parcelas en las que unos pocos tildados de raros metían sus narices para denunciar los desaguisados que se hacían en el entorno natural. Con lo que llamamos "desarrollo" y la llegada paulatina de la "sociedad del bienestar" aparecieron voces cada vez más críticas, contrarias a la gestión que se hacía de los recursos ambientales. Esas voces se agruparon y se hicieron cada vez más fuertes y útiles en sus reivindicaciones, con el único objetivo de salvar nuestro planeta de su mayor enemigo: el hombre. Ellas son hoy nuestra conciencia.
Con el crecimiento descontrolado de las ciudades en los años sesenta (improvisado y caótico las más de las veces) debido al éxodo rural, la industrialización del país, el logro de la clase media de poseer una segunda vivienda en la montaña o en la playa, la posibilidad de transportarnos por medio de un coche al alcance de cualquier bolsillo y muchos otros elementos que conforman ese extremadamente delicado "bienestar" en el que nos hemos ido instalado, comenzó el padecimiento del planeta y sus más que evidentes signos de enfermedad.
La contrucción (sin obedecer a éticas ni a estéticas) de casitas o descarados chaletazos en medio de parajes sagrados por su exuberante riqueza, ha dado tantos dolores de cabeza a este país y a sus políticos que, muchos han tenido que reconocer el daño causado y retroceder tras recibir la presión de los grupos ecologistas. Cualquier zona costera española constituye actualmente un ilustrativo ejemplo de la sinrazón cometida en las dos últimas décadas: torres de hormigón en primera línea de playa rompiendo el encanto y la poesía del lugar; carreteras y puentes donde pastaba otrora el ganado libremente, lejos del estrés y la contaminación al que ahora se ve sometido; ecosistemas echados a perder por la mano del hombre, siempre tan incauta e irrespetuosa. En suma, decenas o centenares de especies que han sufrido nuestros daños e imprudencias no pudiendo soportarlo y desapareciendo del mapa.
Durante la primera legislatura de Zapatero asistimos a un casamiento casi forzoso (los datos hablan por sí solos) de la clase política con el ecologismo. En el año que ha transcurrido desde que comenzase este segundo mandato, no ha existido política ambiental alguna.
Así lo denuncian asociaciones ecologistas con presencia en nuestro país como WWF, Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace y otras que hoy se han unido para levantar su voz frente a la pérdida de rumbo de nuestro Ejecutivo en esta materia.
Uno de los puntos por aclarar por parte de este Gobierno reside en las políticas del agua. Tampoco hemos hecho los deberes en lo que a cambio climático se refiere. A Zapatero le importa más, dijo Greenpeace España hoy, cumplir con los objetivos de Kioto a través del comercio de emisiones que reducir las mismas.
El ánimo entre las voces críticas está por los suelos. El mío tampoco está como para tirar cohetes. Menos ahora que parece que van a prohibir los espectáculos de pirotecnia en las fiestas de media Europa. Me entristece pensar que muchas personas mueren cada año debido a la mala calidad del aire en nuestras grandes ciudades y no se hace nada por evitarlo. Me entristece que no se ponga freno a la llegada de maíces trasngénicos que acaban irremediablemente en mi plato. Me entristece recordar aquel lema electoral en el que los jóvenes pedíamos a nuestro novel Presidente que no nos fallara.
Y mientras me entristezco en días lluviosos y grises como el de hoy, en el rato que me ha llevado escribir este artículo, decenas de personas se han quedado sin trabajo.
¿Dónde está mi Presidente que no le veo? Follando, para evadirse de tantos problemas.
¡Menudo Gobierno verde tenemos!
Hasta mañana Gobierno en trámites de separación del sentido común. Hasta mañana impulsores de una nueva conciencia ecológica. Hasta mañana comerciantes de lo natural. Hasta mañana J.
miércoles, 4 de marzo de 2009
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