Esta mañana reflexionaba con un amigo acerca del panorama actual y se extrañaba al redescubrirme como un firme convencido en la fuerza y la dignidad de la política. Me decía que con la que está cayendo no entendía mi confianza en esa otra clase social (supra social) que constituyen los políticos. He de confesar que algo de idealista conservo de mi etapa adolescente. Quizá los Vallejo-Nágera me puedan diagnosticar uno de esos trastornos a consecuencia de la inmadurez de mi personalidad, no lo sé, pero a pesar de todo sigo creyendo en los políticos.
No obstante, no cumplo un dogma de fe en ningún caso. Hace tiempo que no me caso ni con la madre que me parió y menos en cuanto a política se refiere. Conviene redirigir los términos para entendernos un poco mejor.
Las personas (todas) somos corrompibles porque adoramos el poder. Nos encanta el dinero y el agasajo como nada en el mundo. Desde que reconocemos con franqueza nuestra naturaleza falible estamos en disposición de entender que las ideas se pueden ir al traste con tal de llenarnos los bolsillos de dinero y el ego de aplausos. Obsérvese que no interesa nunca, llegados a este punto, roer hasta el hueso con nuestras críticas al oponente ya que podríamos hacer cosas parecidas si se nos diera la ocasión.
Tener unos ideales basados en el realismo no es ni de lejos pernicioso, más bien al contrario, nos guía ante el mundo y la sociedad en estampida en la que estamos viviendo. Qué puede lograrse y qué es utópico dependerá de una multiplicidad de factores en cada momento histórico que no entraremos a valorar. Los gobiernos son como los individuos: listos o torpes, realistas o utopistas, sensatos o enfermos mentales.
El sistema político basado en la democracia ha demostrado hasta la fecha ser el menos malo de todos los recursos utilizados para guiar a nuestros pueblos. Como sistema consta de elementos criticables pero nos compensa en la suma global.
Estamos asistiendo a un debilitamiento atroz de las estructuras que habían servido como soporte a nuestra sociedad y el PP se empecina en reclamar su parte del pastel. Antepone sus intereses como partido frente a los del bien común. He aquí algunos ejemplos de los que no vamos mal surtidos:
-críticando destructivamente al Gobierno ante la caída de la primera caja de ahorros
-intentando desenfrenadamente el acaparamiento de poder en Caja Madrid
-inculpando al Gobierno por las tasas de paro
-manipulando con los repartos del agua en comunidades donde existe conflicto
-dividiendo a la sociedad con moralinas trasnochadas que nadie duda de disparatadas
-reabriendo debates acallados durante la etapa conservadora
-utilizando la calle para el alboroto social y el insulto
-utilizando los foros para desacreditar y atacar y pocas veces para proponer o aliviar cargas
-ofreciendo a la opinión pública internacional una visión desajustada de nuestro país
y un sinfín de argumentos más que podríamos citar para entender la deslealtad de este partido ávido de poder.
El formato ha cambiado poco desde la legislatura pasada. El insulto y la bronca barriobajera han cedido paso a voces en apariencia más abemoladas que se lanzan a morder a dentelladas a la mínima oportunidad con aquella finura que se enseña en los colegios de pago.
Ven ustedes como no soy tan incauto. Creo en la política, creo en algunos políticos, creo que a veces, como a buen seguro ocurre ahora, es mejor para todos callar y no pregonar según qué cosas delicadas. Creo que a eso se le llama política de Estado. Y no creo, por seguir hablando de fe, en esos dirigentes que se frotan las manos cuando mi hermana no llega a fin de mes con tal de deshacerse de Zapatero.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Buena reflexión J, de momento es lo menos malo que se conoce aunque como ya he comentado alguna vez,"La política es como Dios, cuánto mas te acercas a ella menos te la crees".
Un beso
Publicar un comentario