Hace unas horas que he leído la noticia. La caña de España. El súper titular más esperado a la vuelta de las vacaciones: "Aznar el macho: 2.000 abdominales al día".
No he podido pasar por alto tal notición, de tamaña repercusión a varios niveles. Parece que el ex presidente de la "República de España", como dijera un amigo suyo durante un discurso imborrable hace unos años, tiene doce años menos que su edad biológica. Todo ello gracias a un durísimo programa de entrenamiento diario que dirige su coach Bernardino Lombao.
Lo que me sorprende no es que a sus casi cincuenta y seis años Aznar esté hecho un mozalbete, no. Lo que me sorprendería y no querría para su persona es que no fuera capaz de subir un segundo piso con dos bolsas de la compra del supermercado de la esquina. Eso sí que me causaría extrañeza. Además yo creo que a este buen hombre y deportista nato le harán la compra semanal. ¡Qué digo semanal! ¡Diaria! Es indudable que el hecho de haber tenido la responsabilidad y el peso en sus manos de todo un país debe ser mucho más duro que lo de las dos mil abdominales diarias. Tampoco quiero caer en el error de tildar de privilegiado a una personalidad de tal magnitud. Para bien, mal o regular, ha sido un presidente del gobierno español elegido democráticamente por su pueblo. Con eso es más que suficiente. Lo que ocurre es que yo me estoy acordando en este preciso instante de todos aquellos ciudadanos que no pueden con la bolsa del súper al subir el segundo piso (así de caprichosa es mi cabeza). Me estoy acordando ahora de todos los impedidos de la Comunidad de Madrid o de la Valenciana que tienen que ser socorridos por alguien de su confianza para ir al baño, no ya para hacer la compra. Tampoco se me olvidan los esfuerzos que muchas familias tuvieron que hacer no hace demasiado tiempo para llevar a sus hijos a las universidades en momentos en los que las becas eran flacas, flaquísimas. Por no traer a la memoria a todos aquellos que por más que doblaban el lomo para llegar a ofrecer una enseñanza pública de calidad, no escuchaban más que quejas de padres y alumnos. Los miedos de la clase trabajadora y sus esfuerzos reiterados para combatir el Decretazo tampoco cayeron en saco roto.
Traer a la memoria el pasado reciente es bueno. Me alegra contar con cierto grado de paz mental para valorar decenas de grandes esfuerzos que la sociedad española en su conjunto ha realizado hasta aquí con gran madurez. Con gran madurez y junto a Usted, ex presidente. Los ocho años de su gobierno, no lo dude, supusieron para muchos un entrenamiento de fondo. Yo recuerdo (disculpe el mal vicio de recordar tanto si es tan amable) que muchos amigos y conocidos aquel período lo vivieron como si llevaran sacos de arena colgados a sus piernas. Casi sin poderse desplazar de un sitio a otro. Hoy he entendido al fin su manera de hacer política y la de los suyos al leer el artículo mencionado. Pienso que España está fuerte, más fuerte que otros países para combatir una crisis de la que se pusieron las primeras piedras inaugurales hace un tiempo, porque todos nos entrenamos con Usted. Nos marcó un ritmo duro y le seguimos con disciplina. Usted tocaba diana y el gran esfuerzo para acoger una moneda nueva era la consigna de la ciudadanía. Pero pronto cayeron a nuestro alrededor los más débiles, los pobres, los ancianos, los niños, las mujeres, los enfermos, los inmigrantes, los homosexuales... y fueron ellos los que nos enseñaron a pensar que no había que mirar al ombligo de un hombre para valorarlo sino a su corazón. Recuerde Señor Aznar: el ritmo del grupo siempre lo marca el más lento, nunca el más rápido.
Hasta mañana fortachones de España. Hasta mañana corredores de la vida y la política. Hasta mañana J.
viernes, 12 de septiembre de 2008
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